lunes, 18 de julio de 2011

La campaña nueva del emperador

Hace muchos años había un emperador tan aficionado a los mítines y las giras, que gastaba todas sus rentas (provenientes de los donativos de sus millones de seguidores) en casetas de peaje y gasolina para las camionetas de su caravana.

No se interesaba por las ceremonias y el boato del poder, ni le llamaba la atención el protocolo de la corte. En su mente sólo estaba la idea fija de acceder al trono imperial, pues si bien nuestro emperador ejercía el cargo de manera legítima, el trono estaba ocupado espuriamente por el antiguo bufón del reino, que se trepó a él en un descuido del pueblo.

Para conseguir su objetivo, el emperador dedicaba cada hora de cada día del año a visitar los más remotos confines del reino. Tenía un discurso preparado para cada pueblo, cada ciudad, cada estado; y de la misma manera que se dice de un rey: “está en Consejo”, de nuestro hombre se decía: “el emperador está de gira”.

La corte que rodeaba al emperador era alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos ciudadanos con propuestas y peticiones, y un día se presentó un truhán que se hacía pasar por estratega, asegurando que sabía coordinar las campañas políticas más exitosas. No sólo los actos y discursos eran alegres y encendían a la gente, sino que las propuestas en ellos contenidas poseían la milagrosa virtud de ser incomprensibles a toda persona que no fuera demócrata y dialogante, o que fuera irremediablemente radical, violenta y estúpida.

-¡Deben ser unas propuestas magníficas!- pensó el emperador. Si fueran mías, podría atraer el voto de las clases medias, y aún algunos de las elites. Sumaría un impulso formidable a mi candidatura. Bien, que se ponga enseguida a trabajar ese asesor-. Y mandó a proporcionar al pícaro acceso a la corte y amplias facilidades para que pusiera manos a la obra cuanto antes.

El tunante montó una asociación civil de membrete y simuló Encuentros por todo el reino con empresarios y líderes sociales, pero no concretaba ningún apoyo. A pesar de ello, se hizo nombrar “consejero imperial” sorprendiendo incautos a los que les presumía de su relación cercanísima con el emperador. Y así se pasó meses enteros.

Con el tiempo, el bellaco comenzó a difundir sus propuestas para la campaña del emperador. Lo primero que hizo fue criticar los modales de uno de los escuderos imperiales más fieles, a quien acusó de ser “violento, grosero, radical, naco; un verdadero lastre para el imperio”. Al principio el emperador se mostró un tanto cohibido, pues él en particular no veía tales defectos en su escudero; pero como no deseaba pasar por violento o radical, optó por hacer la vista gorda. A su ejemplo se sumaron muchos otros miembros de la corte, enterados de que un hombre que fuera estúpido no podría comprender las propuestas del asesor, por lo que nadie soltó palabra.

-¡Qué propuestas tan sensatas! ¡Cuánta moderación! ¡Qué demócrata!- decían todos los que conocían de las propuestas del super asesor. Se mostraban convencidos de que ese corrimiento hacia el centro, y aún un poco más allá, era lo que el emperador necesitaba para terminar de conquistar el apoyo de todo el reino.

Tiempo después el consejero decidió que era momento de deshacerse de todos los “loquitos” que rodeaban al emperador y que le pedían que no claudicara en su lucha ni cediera ante la Mediocracia, la hechicera aliada del bufón usurpador. -¿Es que no se dan cuenta? ¡Sin la tele no ganaremos! Es preciso que el emperador acuda a cuanto reality show lo inviten, que hornee todas las galletitas que le requieran, que sonría, que sea afable, que muestre su mejor cara. Que les demuestre que somos bien portados, moderados, dialogantes, modernos y democráticos. Es absolutamente indispensable obtener el visto bueno de los medios para que nos dejen competir y, en una de ésas, ganar-. Y muchos en la corte se deshicieron en alabanzas de las propuestas que no compartían, y ponderaron la pertinencia de tan acertados argumentos.

Finalmente, el asesor ordenó que se abriera la Gaceta Imperial a las opiniones y puntos de vista de todos los súbditos del reino, incluyendo aquellos que no reconocían al emperador y que se regodeaban criticándolo y burlándose de sus adeptos. Llegó al extremo de darle tribuna a quienes abiertamente reconocían al bufón, y a éstos los promovía con bombo y platillo. -Debemos ser abiertos y tolerantes, modernos y democráticos. Por eso invito a los partidarios del bufón a que me manden sus colaboraciones, yo las publicaré con gusto. Viéndolo bien, las ideas de los bufonistas no son tan malas. Yo no le veo nada de malo a eso de poner la otra mejilla, es más, yo digo que cuando nos peguen, debemos dar las gracias y pedir perdón por salpicar sangre. Con eso demostraremos que somos modernos y dialogantes. La moderación debe ser nuestro objetivo-. Y el emperador, que seguía sin ver la utilidad de doblar las manos de esa manera, se negaba sin embargo a contradecir a su consejero, pues no quería quedar como un rojillo radical. -”¿Cómo? ¡Yo no veo la conveniencia de estas propuestas! Esto es terrible. ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso”-.

-¡Oh, sí! Son propuestas muy inteligentes. Las apruebo. Y con un gesto de agrado miraba a su consejero, henchido de orgullo por su propia astucia.

Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase tan sabios argumentos en la asamblea informativa que debía celebrarse próximamente en la plaza principal del imperio. -¡Será un discurso de época, soberbio, digno de un estadista!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con la idea.

Durante toda la noche que precedió al día de la asamblea, el embaucador estuvo levantado, para que la gente viese que trabajaba activamente en la redacción del discurso del emperador. Simuló escribir, tachar, reescribir y desechar cientos de cuartillas; finalmente, exclamó: -¡el discurso está listo!-.

Llegó el emperador acompañado de su séquito principal, y el truhán, extendiéndole un grueso legajo de más de 300 hojas, dijo:

-Aquí está el discurso. Contiene puntos de vista que nadie en su sano juicio podría contradecir, por modernos y democráticos. Hay una mención a la pertinencia de permitir inversiones privadas en energía, así como quince párrafos enteros de extrañamiento a esos comunistas fanáticos de los que te has rodeado. Con esto, las clases medias caerán rendidas a tus pies.

Los oradores encargados de conducir el mitin anunciaron el discurso del emperador, y éste comenzó a leer una por una las 300 hojas. En todas, repetida mil veces, estaba una sola palabra: MODERACIÓN.

A medida que el monarca avanzaba en su lectura, los periodistas congregados alababan la nueva postura política del emperador. -¡Qué sensato! No cabe duda que es un izquierdista moderno, ¡cuánta inteligencia en sus palabras! Así deberían ser todos los monarcas de izquierda, para que por lo menos los dejáramos competir-, decían los hiriarts, los susarrey, los ciros, los marines, los dórigas y demás juglares al servicio del bufón. -Con esa disposición al diálogo, yo no vería problema alguno en negociar, en unos 30 o 40 años, con este grupo. Sin duda van por el camino correcto-, pontificaban los loret, las michas, los zuckermann y demás fauna mediática.


Nadie permitía que los demás se dieran cuenta que dichas propuestas eran un suicidio para el movimiento encabezado por el emperador. Nadie quería ser tomado por traidor o estúpido. Ningún discurso del monarca había tenido tanto éxito como aquel.

-¡Pero si está hablando como chucho!- exclamó de pronto un niño, y todo el mundo se fue repitiendo al oido lo que acababa de decir el pequeño.

-¡Pero si habla como chucho!- gritó, al fin, el pueblo entero.

Aquello inquietó al emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; más pensó: hay que aguantar hasta 2012. Y siguió más altivo que antes, mientras su séquito aplaudía el soberbio discurso y el consejero sonreía satisfecho.

-”Total, ya habrá mucho tiempo después para clamar el fraude que se avecina”- pensó el monarca-.

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1 comentarios:

Lo cual quiere decir que el emperador, su séquito y sus seguidores son perfectamente estúpidos y cobardes, por lo que no están habilitados para dirigir un pais.