Cuando era niño, vivía cerca de los complejos petroquímicos enclavados en el sur de Veracruz. Para trasladarse de la unidad habitacional de Pemex a Coatzacoalcos, había que atravesar prácticamente por enmedio de los ductos y tanques de almacenamiento de crudo, resguardados por una pequeña caseta donde siempre había por lo menos dos soldados haciendo guardia. Niño al fin, uno de los momentos más emocionantes del trayecto era justamente pasar a un lado de la mencionada caseta, y saludar a los soldados “haciendo adiós”, saludo que siempre era correspondido por los militares de turno.
Cada 19 de febrero, en la escuela nos pedían llevar un pequeño regalo por el “Día del Ejército”. Por lo general eran artículos de aseo personal los que se amontonaban en los patios de la primaria, a donde acudía una comisión de soldados de la cercana zona militar a recogerlos y a encabezar un breve acto donde agradecían la generosidad de los pequeños que, emocionados, veían a representantes del Ejército Mexicano “de cerquita”.
No puedo precisar si la admiración infantil que le tenía a las fuerzas armadas mexicanas comenzó a erosionarse cuando tuve edad para enterarme del movimiento del 68 y el papel que jugó la tropa en él, o si fue cuando leí por primera vez sobre la guerra sucia de los 70; no sé a ciencia cierta si cualquier rastro de respeto se esfumó en enero de 1994 cuando todo el poderío militar fue lanzado contra campesinos chiapanecos “armados” con rifles de madera, o si mi desprecio hacia lo castrense era ya evidente desde el affaire de los famosos libros de texto que la claque militar intentó censurar. En cualquier caso, para mí el otrora glorioso Ejército Mexicano no existe más. Somos un país sin Ejército.
En su lugar, la seguridad nacional y la salvaguarda del territorio están hoy en manos de un grupo armado que goza del cobijo institucional y de la patente de corso para actuar como les viene en gana, atropellando derechos civiles con el pretexto de una guerra a la que fueron metidos sin previo aviso, pero de la que han sabido obtener provecho sin duda alguna.
Esta pandilla de Tonton Macoutes vestidos de verde fueron sacados de sus cuarteles con total desprecio de la vieja máxima que advierte que hacerlo es fácil, lo difícil es volverlos a meter. ¿Quién puede controlar los abusos y desmanes en que un día sí y otro también, se ven involucrados los sardos? ¿Quién no conoce, en cane propia o por voz de algún familiar o conocido, los IN-CONS-TI-TU-CIO-NA-LES retenes, los ilegales cateos, las amenazas y amedrentamientos de las “revisiones de rutina” donde pareciera que el civil siempre es culpable a menos que demuestre lo contrario?
Para legitimarse, Calderón lanzó al país a una guerra sin sentido, y para ello compró al ejército subiéndoles el sueldo un 40% apenas usurpó el poder. Una tropa bien cebada es la que hoy nos “cuida”, y como resultado de ello las quejas contra abusos militares han aumentado en más de 300% en este sexenio de pesadilla.
En Internet, en la dirección (http://bit.ly/dhnyIU) pueden ver el video que da cuenta de la agresión que efectivos castrenses cometieron contra reporteros de varios medios de comunicación, que cubrían la nota sobre una presunta balacera en Nuevo Laredo. Incluyo en este post el video y mis comentarios sobre el mismo.
VIDEO
Observen a partir del segundo 15 al 20 cómo 3 “guachos” se dejan venir amenazadoramente contra los reporteros, al tiempo que les ordenan hacerse “para atrás”. En el segundo 22, uno de estos brutos da un manotazo a la cámara del reportero, de forma por demás intimidante. En el segundo 44-45, un “valiente” soldado del “glorioso” ejército mexicano aúlla “¡vámonos, vámonos, vámonos!” como si estuviera espantando animales; apunta con el índice a uno de los reporteros y, por supuesto, nunca da la cara.
Segundos 47 al 50: observen al mandril drogado golpear otra vez al camarógrafo.
Del segundo 57 al minuto con un segundo, uno de los “valerosos” y “honorables” soldados de este ejército de mentiritas toma de la mano a otro periodista en un claro ataque a su integridad física. Cuando el reportero le pide que lo suelte, en respuesta el orangután de verde olivo lo golpea.
Del 1:35 al 1:43, podemos ver de nueva cuenta al simio drogado que amenaza con quitarle la cámara al periodista: “te la vamos a quitar, ah?”, balbucea, encima de todo con ese pinche tonito hediondo de los pocho-norteños que creen en su cerebrito aldeano que hablar como si tuvieran el hocico atascado de comida (“te voa quitála cámaraAH?”) les da “identidad”.
En el minuto 2:00 uno de los changos uniformados tiene el cinismo de decir: “se les está pidiendo que quiten su cámara, de la manera más humana” (¿ah, te cae?), sólo para que inmediatamente, en el minuto 2:09, veamos a estos valerosos defensores de la patria írsele encima a golpes a otro reportero, hasta tirarlo.
En el 3:23 se puede apreciar a los soldados huyendo cobardemente para evadir dar explicaciones a la prensa sobre su proceder, totalmente contrario a lo que debería ser la misión del ejército mexicano, si lo tuviéramos.
Finalmente, en el 4:12 se ven las manchas de sangre del reportero agredido por estos milicos de mierda.
Los reporteros que fueron amenazados, vejados, golpeados y encañonados por este grupo armado tuvieron manera de dejar constancia de este ataque del que fueron objeto. A pesar de que los orangutanes les destruyeron dos cámaras, en otra de ellas grabaron todo lo sucedido. Es gracias a eso que la opinión pública pudo conocer estos deplorables hechos. Pero, ¿cuántos más suceden a diario, que quedan en absoluta oscuridad porque nadie los grabó? ¿A cuántos civiles vejan cada día en todo México esta pandilla de Gestapitos región 4? (sardos: para el significado de “Gestapitos”, favor de acudir a la Wikipedia. Bueno, no). Bien mirado, podríamos decir que a los reporteros “les salió barato”. Por lo menos no los acribillaron en el lugar. Otros, como los niños Martín y Bryan Almanza, o los dos estudiantes del Tec de Monterrey, no corrieron con tanta suerte.
De niño, veía con respeto y aún con admiración a los soldados del ejército mexicano. Hoy puedo decir que, si algún día tengo un hijo, me vería obligado a cubrirlo con mi cuerpo cada que se acercara uno de estos golpeadores, comisionistas de la violencia de Estado. Nunca se sabe qué podría pasar. Al ejército mexicano, que ya no existe, he dejado de tenerle respeto, que ha sido reemplazado por el miedo: el miedo que se le tiene a un grupo armado, uno de tantos que hacen y deshacen en este país.
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