martes, 23 de febrero de 2010

El espinoso, el esquirol y el "estadista"

El espinoso, el esquirol y el "estadista"

Si algo quedó claro luego del sainete protagonizado ayer por los presidentes de Venezuela y Colombia en la "cumbre" latinoamericana de Cancún, es que no hay nada nuevo bajo el sol en lo que a liderazgo regional se refiere. Más allá de la alharaca mediática (la infame prensa mexicana, tan lejos de Dios y tan cerca del Alarma!), lo que vemos es la confirmación de que en América Latina, con sus ignominiosas excepciones claro está, se ha conformado ya un bloque de países con gobiernos progresistas de izquierda que han tenido la osadía de plantar cara a los designios y órdenes de Washington, algo que por supuesto no tiene nada contentos a los halcones del complejo militar estadunidense, que mediante sus personeros pretenden disolver dicho bloque.

No me voy a entretener en los detalles del altercado entre Hugo Chávez y Álvaro Uribe, que han sido ampliamente reproducidos, con una minuciosidad rayana en el morbo, por todos los periódicos mexicanos. Me centraré en lo verdaderamente importante, y que curiosamente no ha sido abordado por esos medios: la intencionalidad detrás de un pleito aparentemente "imprevisto" y "espontáneo".

En realidad, el reclamo de Álvaro Uribe a su par venezolano, ocurrido durante un almuerzo de la cumbre, forma parte del guión con el que el colombiano representa fielmente el papel que tiene asignado desde el momento que llegó al poder. A este esquirol de Estados Unidos, encaramado en la silla presidencial con la venia de la superpotencia podrá acusársele de todo, menos de no ser congruente con su posición anti-latinoamericanista, y de no empeñar su mayor esfuerzo en la lucha por dividir a la región y debilitar así la conformación de un bloque continental frente al imperialismo norteamericano.

Altanero, bravucón, insolente como suelen serlo los aspirantes a dictadorcitos de derecha que se saben apuntalados por las bayonetas, el carnicero Uribe comenzó a "picarle la cresta" a Chávez repitiendo los mismos infundios sobre las FARC que la derecha continental repite hasta la náusea. Muy defensor de los derechos humanos y enemigo de la violencia, salió el asesino de estudiantes mexicanos en Ecuador. Sabedor de que el venezolano es de "mecha corta", como lo ha demostrado en múltiples ocasiones (lo que, hay que decirlo, le ha dado munición suficiente a sus críticos para colgarle el sambenito de "violento" y "radical"), Uribe continuó hasta sacar de sus casillas a Chávez, que le espetó un sonoro y poco diplomático "vete al carajo".

Más allá de la anécdota, insisto, es evidente la molestia de Washington ante el alzamiento de una parte de su patio trasero, que trata de contrarrestar enviando a sus peones descontoneros a dinamitar los puentes que cada vez con mayor firmeza se tienden entre las democracias latinoamericanas progresistas. Uribe queda una vez más, exhibido como lo que es: el lustra-calzado de Washington. (A propósito de democracia: la derecha mexicana, que comparada con sus pares continentales es naca, ranchera, de pena ajena, se desgañita criticando la "falta de democracia" en Venezuela, y la "eternización" en el poder de Chávez, pero por supuesto nada dice de las sucesivas reelecciones de Álvaro Uribe).

Hugo Chávez, el alebrestado, el que advierte a sus detractores que no se metan con él "porque salen espinaos"; Chávez el irreverente, que concita las fobias y los odios no sólo de la derecha, sino de buena parte de los izquierdistas 3M (modernos, modositos, moderados) para quienes es cool y nice denostar al venezolano; Chávez el espinoso...

El epílogo de este divertido episodio cancunense es que, gracias a la intervención de Raúl Castro, que de diplomacia y entretelones de la política exterior sabe un largo rato, la bronca no pasó a mayores. Claro, no es eso lo que reportó en su mayoría la prensa nacional, que pretendió imponer la percepción de que fue Calderón el "mediador" en esta "crisis", lo que en teoría significaría un triunfo diplomático para el sedicente mandatario mexicano. Nadie con dos dedos de frente se toma en serio la versión que pinta a FCH como el "gran estadista" que intervino para "solucionar el conflicto", porque ni hubo tal conflicto (fue una bravata de cantina de un pandillero cualquiera, no un diferendo diplomático), ni Calderón tiene los tamaños para asumir ese papel. El general Castro, viejo lobo de mar, vino a salvarle el día al michoacano que de otro modo se hubiera tenido que resignar a ver naufragar la cumbre que pretendió usar de trampolín para proyectarse en el plano internacional.

Ese es uno de los saldos de este "pleito en la cumbre": mucho ruido, pocas nueces, un presidente espinoso, un esquirol y un "estadista". Pólvora para infiernitos de la mediocracia oficialista. Nada nuevo bajo el sol. 


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